miércoles, 15 de agosto de 2012

Las carreteras de este país son anchas y todas igualitas. O así las veo yo. Mirar por la ventana no me da ninguna pista de dónde puedo estar. Yo extraño la Panamericana y mirar el Océano Pacífico a través de la ventana. O la Carretera Central e ir observando cómo los cerros cambian de colores, sorprendiéndome por curvas y abismos. 

En el asiento de atrás hay un hombre asiático que no deja de hablar por teléfono. Yo me siento fastidiada por su falta de consideración. Quizá también por no entender lo que dice, o porque su idioma me suena muy extraño y feo. Y después me reprocho a mí misma por haberme agringado así. Pero saca algo de comer y el olor que se viene hasta mi asiento me fastidia nuevamente. 

En el asiento de adelante hay una pareja de ancianos, white americans. En la cola para subir al bus, casi casi me empujaban de lo apurados que estaban por entrar y coger asientos juntos, imagino. No han hablado en todo el camino. 

Todavía faltan tres horas para llegar. Ya es de noche y mirar por la ventana me da ahora incluso menos pistas de dónde estoy. 

No hay comentarios: