miércoles, 26 de septiembre de 2007

El mal amor - Rodolfo Hinostroza

VI

El mar, un día, trató de conocernos.
Tú te despojaste de los sueños que tenías. Yo
preparé las manos. Era posible
que nos abandonase muy pronto.
Los nombres de las cosas
se fueron disponiendo. Muchos
acontecimientos, fijos,
se situaron en alrededor.
(En el fondo, tú y yo temblábamos.
¿Cómo acogerlo? ¿Se diría “señor mar”, o tal vez
“excelencia”. Ambos
establecimos una quieta transparencia.)
Pero el mar no llegó.
Desde entonces acá
sólo nos queda
cierto sabor salino

que gusta de crujir en las conversaciones.



Quizá sí es posible no sentirnos culpables
ante las extorsiones del absoluto,
quizá es posible disfrutar de la sal que
se cuela entre las palabras cotidianas...

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