Acabo de salir de la
estación con el billete de metro entre los dedos —como si fuese la radiografía
de una nena con mariposas de metal en el estómago— hace frío y los árboles
entran lentamente en los cajeros automáticos para protegerse del invierno.
Dicen que aquí no se empadronó ningún ángel ex
guerrillero, ninguna flor murió aquí a causa de una lluvia de abejas y
magnolias. Da igual, he decidido tomarme dos segundos de respiro, olvidar que
la realidad es un pájaro encerrado en un espejo, un goteo incesante de sus
plumas en el hemisferio azul del corazón. Esta mañana me he despertado con tu
nombre sobre los labios (aunque creo que el
no hablarnos es el lenguaje que mejor nos define), sonriendo como una carta
recién abierta. El alba, como un animal a medio hacer, nos ha reconocido como
pájaros. Es cierto, son ellos y no otros los que se esconden entre las costuras
de la lluvia al empezar el día. Son ellos y no otros los que descienden por las
monedas de los termómetros para traernos el recado de los hombres del tiempo.
Sí, es cierto, tengo un problema con las aves en general, las encuentro
inquietantes cuando llueve y creo que, si fuese por ellas, volarían sólo en
primera clase. Sé que escriben, en silencio, partituras de miel contra los
árboles y que las flores les dan angustia porque tienen el mismo pensamiento de
los astrofísicos cuando se enamoran. Nada de esto tiene que ver con el objeto
de este poema que era —vaya tontería— describir una jaula o, quizás, llorar
como un niño por la ejecución de una lágrima, atiborrarme de cafeína y
crisantemos solitarios. Ya lo sabes, los paraguas son los habitantes más
sinceros de esta ciudad en blanco y negro. Honradas sean las lágrimas de
recambio en las gasolineras de mi corazón. Honradas las estrellas que chillan
de noche cuando aún el cielo no ha fijado sus engranajes y se parece a una
ratonera para cometas y meteoritos. Ya lo sabes, no se habita una ciudad, sino
la soledad de sus gentes, ya lo sabes, un pájaro no es un pájaro, sino un
invento de la necesidad de volar sobre la jaula de tus labios. Como lo ves, estoy hecho polvo y las redes de mi
corazón ya no están para peces.